Infancia, ilusión y la figura de Papá Noel en el mundo

Las 24 horas no mide hoy el tiempo en minutos ni en segundos. Lo mide en emociones.

Es 22 de diciembre de 2025, y estamos aquí mismo, en el lugar de siempre, pero con una sensación distinta: esa que solo aparece cuando el calendario se acerca a la Nochebuena y el aire empieza a oler a fe, a recuerdos y a esperanza.

La Navidad, en el mundo católico, no es una fecha más. Es una espera. Es una vigilia espiritual y humana que atraviesa generaciones. Dicen que la infancia y la juventud son etapas eternas, y quizás sea verdad. Tengo 27 años y sigo creyendo. Sigo emocionándome. Sigo entendiendo que hay cosas que no se negocian con la edad: la ilusión, la fe, la capacidad de asombro.

Aquí, frente a nosotros, alguien se acerca con timidez. Una niña deja su cartita escrita a mano. No hay pantallas, no hay aplicaciones, no hay tecnología. Hay papel, lápiz y fe. Esa fe sencilla que es uno de los pilares del cristianismo: confiar, esperar, creer que alguien escucha.

Mientras tanto, observamos a un grupo de amigas. Ríen, conversan, comparten. Una escena simple, cotidiana, que bien podría ser una postal navideña. Les preguntamos cómo van a pasar el 24 de diciembre. Las respuestas son claras y profundas en su sencillez: en familia, con tíos, con primas, como siempre. Habrá risas, música, cohetes, abrazos. Navidad en su forma más auténtica.

Aparecen los pedidos. Juguetes pequeños, mini figuras, cosas simples. Y de pronto, una frase que sorprende y conmueve: “que bajen los precios”. Lo dice una niña, sin ironía, sin malicia. Desde la inocencia. La Navidad no vive aislada del mundo: lo refleja.

Seguimos caminando. Compartimos historias mínimas, fragmentos de vida, pensamientos que nacen de las nuevas generaciones. Eso también es periodismo: escuchar, observar, no interrumpir la emoción.

Y entonces aparece él.

Papá Noel.

Barba blanca, traje rojo, voz grave, sonrisa amplia. Santa Claus. Viejito Pascuero. No importa el nombre, el significado es universal. Representa la generosidad, la recompensa, la ilusión.

Cuenta algo que emociona profundamente, muchos chicos ya no piden tantos teléfonos ni dispositivos. Piden juegos didácticos, libros, cosas para aprender. Piden tiempo. Piden imaginación. La ilusión sigue viva. Cambia la forma, pero no el fondo.

En el mundo católico, la Navidad no se reduce a regalos. El centro es el Nacimiento del Niño Jesús, Dios hecho hombre, símbolo máximo del amor, la humildad y la esperanza. Eso es lo que se celebra la noche del 24 de diciembre. Eso es lo que da sentido a todo lo demás.

La figura de Papá Noel no nace del marketing moderno. Tiene raíces profundas en la tradición cristiana. Su origen está en San Nicolás de Bari, obispo del Siglo IV, conocido por su caridad silenciosa y desinteresada. Un hombre que ayudaba a los pobres en secreto, que protegía a los niños, que daba sin esperar reconocimiento. Con el paso de los siglos, su figura viajó por Europa, cruzó océanos y se transformó en símbolo universal de la generosidad navideña.

En el mundo católico, esta tradición convive con la fe en el Niño Dios y se prolonga con la llegada de los Reyes Magos. Todo forma parte de un mismo mensaje: dar, compartir, creer.

Mientras los chicos duermen —o fingen dormir— esperando la medianoche, y los adultos preparan la mesa y miran el reloj, la Navidad vuelve a recordarnos algo esencial: no se trata de poder, ni de consumo, ni de éxito. Se trata de vocación por la alegría, por el prójimo y por la esperanza.

La previa de la Nochebuena también tiene sus rituales. En muchos hogares, la televisión y los libros acompañan la espera. No como distracción, sino como parte del clima.

Entre los clásicos infaltables aparece “Santa Claus” (México, 1959), una joya del cine latinoamericano que adaptó la figura de Papá Noel al universo hispano, con una fuerte carga moral y cristiana.

También vuelve cada año “El Grinch” (2000), recordándonos que la Navidad no vive en los regalos, sino en el corazón.

“El Expreso Polar” (2005) habla de la fe y de creer incluso cuando la lógica invita a dudar.

“Elf” celebra la inocencia sin cinismo.

“Call Me Claus”, con Whoopi Goldberg, recuerda que ser Santa es una responsabilidad con la ilusión ajena.

“Mi Pobre Angelito” transforma la comedia en una historia sobre familia, ausencia y reencuentro.

Y para quienes eligen la lectura, “A Christmas Carol”, de Charles Dickens, sigue siendo una de las parábolas más poderosas sobre conversión, solidaridad y redención, valores profundamente cristianos.

Si usted es futbolero, la previa también tiene su lugar. TyC Sports acompaña el 24 de diciembre con los especiales de Fernando Lavecchia, desde las 18:50 horas, repasando partidos históricos y emociones que forman parte de la memoria colectiva. Porque incluso el fútbol, en Nochebuena, se vuelve recuerdo y encuentro.

La Navidad es memoria. Es reconciliación. Es silencio. Es encuentro. Es creer, incluso cuando el mundo invita a dudar.

Nosotros seguimos en Las 24 Horas de Jujuy, acompañando esta espera. Contando historias simples que sostienen lo más grande que tenemos: la capacidad de creer.

Porque mientras haya una carta escrita a mano, mientras haya un niño esperando, mientras haya un adulto que se permita emocionarse, la Navidad seguirá viva.

Seguimos aquí.

Esperando.

Creyendo  Y cuando la medianoche finalmente se aproxima, algo empieza a cambiar. No afuera, sino adentro. La casa se aquieta por unos segundos. Las conversaciones bajan el volumen. Las miradas se cruzan. El reloj deja de ser un objeto y se convierte en expectativa. En el mundo católico, ese instante no es solo el paso de un día a otro: es el nacimiento simbólico de la esperanza.

La mesa está servida, aunque nunca está completa. Siempre hay una silla que falta, un nombre que se recuerda en silencio, una ausencia que también forma parte de la celebración. La Navidad no es solo alegría; es memoria. Es la certeza de que quienes ya no están siguen sentándose con nosotros en cada brindis, en cada oración, en cada canción que vuelve a sonar como todos los años.

En ese clima aparece el pesebre. No como adorno, sino como mensaje. Un Dios que elige nacer pobre, frágil, dependiente. Un Niño envuelto en humildad, lejos del poder, lejos del ruido. Ese gesto, que el cristianismo repite año tras año, sigue siendo profundamente revolucionario. Nos recuerda que la verdadera grandeza no está en lo que se acumula, sino en lo que se comparte.

Papá Noel vuelve entonces a ocupar su lugar simbólico. No reemplaza al Niño Dios: lo acompaña. Es puente, es traducción, es lenguaje simple para los más chicos. Enseña a esperar, a confiar, a portarse bien no por miedo, sino por convicción. La famosa frase que atraviesa generaciones —“sabe cuándo duermen, sabe cuándo están despiertos”— no habla de vigilancia, sino de conciencia. De saber que cada acto tiene sentido.

Los adultos lo entienden, aunque a veces lo olviden. Por eso, incluso quienes dicen no creer, participan del ritual. Arman el árbol, colocan el pesebre, compran regalos, esperan. Porque en el fondo nadie quiere quedarse afuera de la ilusión. Nadie quiere renunciar del todo a ese momento en el que el mundo parece, aunque sea por unas horas, un lugar un poco más amable.

Afuera, la realidad sigue siendo compleja. Hay crisis, incertidumbre, preguntas sin respuesta. Pero la Navidad ofrece una pausa. Un paréntesis sagrado. Un tiempo distinto. No para negar lo que duele, sino para recordarnos que todavía hay razones para seguir creyendo.

Las cartas siguen llegando. Escritas con errores, con dibujos torcidos, con pedidos modestos. No hablan de lujos. Hablan de salud, de trabajo para los padres, de tiempo compartido. Hablan de deseos que no entran en una caja. Y aun así, la ilusión no se rompe. Porque la fe no es ingenua: convive con la realidad.

Cuando alguien anuncia que “ya es Navidad”, cuando suena una campana, cuando se levanta una copa, algo invisible pero poderoso se pone en marcha. No cambia el mundo, pero nos cambia a nosotros. Aunque sea por un instante.

Por eso esta cobertura no es una más. Porque no se trata de contar lo que pasa, sino de acompañar lo que se siente. De estar ahí cuando la fe, la infancia y la ilusión vuelven a encontrarse.

Nosotros seguimos en Las 24 Horas de Jujuy, siendo testigos de esa espera que no se mide en minutos, sino en esperanza.

Porque mientras haya alguien que crea, alguien que espere y alguien que dé sin pedir nada a cambio, la Navidad seguirá naciendo.

Seguimos aquí.

Con fe.

Con infancia.

Con ilusión.

Por Nicolás Casas

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